
Jasón había dejado a Medea por Creúsa, a la que Medea regaló un vestido que al ponérselo, la mataría. Los habitantes de Corinto apedrearon el templo de Hera y expulsaron a la sacerdotisa Medea de la ciudad en el carro de serpientes aladas que le había regalado su abuelo Helios. Fueron ellos los que mataron a los hijos de Medea. Después, una epidemia fue acabando con todos los niños de la ciudad. Corinto no se libró de esta maldición hasta que por consejo del oráculo de Delfos hicieron sacrificios solemnes a los hijos de Medea, y obligaron a los suyos a guardar luto. Más tarde los dirigentes de Corinto en el siglo V a. C. pagaron al dramaturgo Eurípides para que narrara la tragedia de Medea atribuyéndole a la protagonista toda una lista de asesinatos y depravaciones; limpiando de esta forma la conciencia de la ciudad. Medea era una mujer inteligente que no había cometido más pecado que detentar un poder legendario que estaba siendo eliminado de la faz del planeta.