
La casa es un cuento, no existen los ángulos rectos. En torno a un patio se organiza un laberinto de estancias aireadas, a veces, por ventanas y, otras, por angostos y bellos huecos que no dan a ninguna parte. Al menos existen tres niveles con sus correspondientes terrazas o patios. La azotea se estrella deslumbrante en el azul del cielo, ella blanca radiante. Uno de los hammam tiene una bóveda de estrellas de cristal. Aquí viviremos un tiempo.

Hemos abandonado el serrallo, los murmullos imprecisos, las paredes que hablan, las fuentes, las empinadas escaleras, la casa de las mil llaves, las noches insomnes, alucinatorias, el estruendo de los pájaros al amanecer… Circunvalamos el laberinto de la Medina para hundirnos en un oscuro callejón sin salida. Al fondo un portón y dentro las mil y una noches. El silencio es solitariamente sonoro: los surtidores, una flauta, un laúd, un jadeo… Menta, jazmín, palmeras y agua. Y esa luz filtrada por las hermosísimas celosías repletas de ojos con henna, que llenan todo de encajes y estrellas.