
Un brazo de nácar en la izquierda, uno de ébano a la derecha y vuelo. La habitación gira como un tiovivo, los espejos reflejan y reflejan millares de fondos. Creo estar entre estrellas, sentir el olor de los jardines. He cerrado los ojos, no quiero marearme. Veo montañas, ríos y veredas. “¿Sobrino no te contó tu madre?”. Fauna ríe como bandada de cotorras. Flora la imita. Ambas saltan y brincan. Levitan, no pisan, vuelan. Por fin, me han depositado en mi sillón. Exhausto, aturdido, en un estado de conciencia nuevo. Las libélulas toman asiento y la cena sigue como si tal cosa. No sé qué decir. El violín ha dejado de tocar. Las luces brillan por doquier reflejándose hasta el infinito.