Por eso, hoy, queriendo borrar de las inteligencias de vuestras eminencias y de las de todo cristiano católico esta sospecha vehemente, justamente concebida contra mí, con sinceridad de corazón y fe no fingida abjuro, maldigo y detesto los antedichos errores y herejías y, en general, todo error, herejías y secta contrarios a la Santa Iglesia, y juro que en el porvenir nunca volveré a decir o a afirmar, verbalmente o por escrito, nada que pueda dar ocasión a parecidas sospechas, en cuanto me atañe; antes bien, si conociese a cualquier hereje o persona sospechosa de herejía, la denunciaré a este Santo Oficio o al inquisidor o al ordinario del lugar en que me encuentre. Además, juro y prometo que cumpliré y observaré íntegramente todas las penas que me han sido impuestas o que me imponga este Santo Oficio. Y, en el caso de transgredir cualquiera de éstas mis promesas y juramentos (que Dios no lo quiera), me someteré a todos los castigos y penas impuestos y promulgados en los cánones sagrados y en otras disposiciones, generales y particulares, contra tales delincuentes. Ayúdeme, pues, Dios y estos Santos Evangelios que toco con mis manos.»
Yo, el dicho Galileo Galilei, he adjurado, jurado, prometido y obligándome según he acabado de expresar; y en testimonio de cuya veracidad he suscrito de mi propia mano el presente documento de mi abjuración y recitándolo palabra por palabra, en Roma, en el convento de Minerva, este día 22 de junio de 1633.
Yo, Galileo Galilei, he abjurado con mi propia mano, según se expresa más arriba.

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