miércoles, 14 de abril de 2010

JETLAG


Da igual donde o como se viaje. Lo que se busque o lo que se crea encontrar. Lo más maravilloso es ese “éxtasis” que sabe agridulce y se escapa a la conciencia bajo alteraciones del carácter y pérdida de la razón lógica. La incomodidad de la disolución, de esa frágil ilusión que llamamos “yo”, la desintegración de la red donde nos sentimos algo. Es, pero el fenómeno no siempre es percibido en la profundidad de sus consecuencias. Hay que viajar mucho para tomar conciencia de las constantes del “viaje”. Pasan los días y el reloj biológico se acompasa con el local. Esta adaptación afecta a la percepción. Es normal que ante la mayor belleza permanezcamos insensibles. Que todo nos disguste que nos inunde la intuición de que no deberíamos estar allí, o la imperativa pregunta ¿para qué hemos ido?. Un vértigo psíquico nos arrebata, el cosmos se nos pone por montera y nos inunda el pánico; la clara conciencia de lo banal y vacío de nuestra vulgar existencia. Los sueños también se ven afectados, paraísos góticos, angostos, oscuros y pétreos callejones. La pesadez dramática, la angustia de la eterna caída, de la persecución agobiante… y, al despertar, la aprehensión, la zozobra, la inquietud de una noche mal dormida. Con la adaptación los sueños se volverán fetales, Tao en la inconsciencia. La alimentación, el descanso y el aseo ayudan al transito. En el proceso has querido volver, regresar. Pero ahora que los relojes están de acuerdo nos gustaría no tener que pensar y fundirnos con el extraordinario planeta que habitamos.
A los psiconautas nos encanta todo tipo de viaje, no sólo el de traslación espacial.