jueves, 8 de abril de 2010

EL DÍA QUE NIETZSCHE LLORÓ. Pinchas Perry 2007


Josef Bruer, Sigmun Freud, Lou Andreas Salome y Friedrich Nietzsche. Con solo nombrarlos ya estás ante una historia excepcional de esas que hacen biografías. La Viena 1900 era un parnaso en la tierra, una de esas paradas nupciales que hace el universo con un montón de especimenes humanos de los que uno se siente orgulloso. A Lou la llamaron la “bruja de Hamberg” para ser conservadores y actuar en la línea de desprestigio de lo femenino. Una mujer interesante, fuera de moldes, que sedujo y enamoró a un buen ramo de intelectuales sobresalientes. Era el superhombre, uno de los dos únicos amores de Nietzsche; la otra fue Cosima Wagner, la esposa del músico al que dedicó “El nacimiento de la tragedia”. El implacable Friedrich sucumbió ante esta diosa huracanada, ella le rechazó, y, Nietzsche escribió a su amigo Paul Rée “sino encuentro la piedra filosofal para convertir esta mierda en oro, estoy perdido”. Encontró la piedra y escribió “Así habló Zaratustra”.
Bruer ejercía la medicina con maestría, se sentía alumno de la vida y escuchaba a sus pacientes con la inocencia y el interés de un filósofo. Fue el primero en usar la hipnosis como analgésico psíquico. El joven Freud se mostró interesadísimo por este nuevo universo a explorar. Y de aquí nació el indiscutible y vilipendiado psicoanálisis. Freud debiera haber leído el Quijote y saber como Sancho que lo más sagrado e intocable del cosmos es la Iglesia y, por ende, el sexo. El legado de Sigmund Freud es tan inmenso y trascendental que a pesar de los pesares se ha filtrado por el tejido social y ha provocado, como el resto de los pensadores de la sospecha, la red conceptual y de “valores nihilistas” de nuestro tiempo.
Irvin D. Yalom profesor de psiquiatría de la Universidad Stanford, renombrado psicoterapeuta y escritor, fragua una trama entre estos monstruos y escribe una novela. Los ingredientes son de máxima calidad, el coctel es apetitoso. Perry lo hace visible. ¡Que gustazo!